Encuestas: el efecto rebote del presidente Duque | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Presidencia
Sábado, 16 de Febrero de 2019
Unidad de análisis
Seis meses de montaña rusa en materia de encuestas para el Gobierno. Arrancó bien, cayó a finales del año y ahora repunta ¿Por qué? ¿Cuáles son los elementos clave en los altibajos? ¿Se mantendrá la tendencia?

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Nada más imprevisible que las encuestas. Prueba de ello es lo que le ha ocurrido en estos escasos seis meses en el poder al presidente Iván Duque, que en materia de favorabilidad y calificación de gestión ha vivido una verdadera montaña rusa.

Es evidente que el primero de sus ocho semestres en la Casa de Nariño ha tenido altibajos y, por lo mismo, en su caso no aplicó la tradición política aquella según la cual por lo hecho y no hecho en los primeros 100 días de mandato se puede vislumbrar el tono y ritmo de todo el cuatrienio. En el caso de Duque fue palpable que ese plazo de los 100 días no fue el termómetro que se esperaba. Esto porque el Ejecutivo necesitó de un tiempo mayor para poder sentar las bases de su administración y comenzar a dar el timonazo prometido por quien llegó al poder en abierta oposición al saliente, sobre todo frente a la que fue la principal bandera de su antecesor: el Acuerdo de Paz con las Farc y la forma en que dicho pacto condicionó de manera trasversal la gestión en los últimos ocho años.

Si se hace una revisión sobre cómo arrancó Duque en materia de encuestas se encuentra que, en promedio, su imagen y favorabilidad estaban por encima de los 50 puntos porcentuales, un plante muy importante si se tiene en cuenta que el país durante la campaña presidencial se polarizó aún más. No hay que perder de vista que si bien ascendió al poder con más de 10 millones de votos en la segunda vuelta, otros 9 millones no lo apoyaron, pues 8 respaldaron a Gustavo Petro y hubo 1 más de sufragios en blanco.

En ese orden de ideas, que el hoy Jefe de Estado hubiera arrancado su mandato por encima de los 50 puntos en las encuestas resultó bastante positivo, más aún porque el saliente mandatario Juan Manuel Santos terminó en el sótano de las mismas, con porcentajes que a duras penas superaban los 25 puntos en promedio, producto del accidentado proceso de paz y el cansancio y desgaste naturales de la opinión pública con un gobierno de ocho años.

No hay que olvidar que en la historia política del país es normal que a los presidentes salientes la opinión los castigue en las encuestas y tienda a favorecer al entrante por la percepción de que viene un cambio en la marcha del país así como en la superación de las crisis y problemáticas heredadas. La única excepción a esa circunstancia en las últimas décadas ha sido el expresidente Álvaro Uribe, que marcó récord de aprobación en sus dos mandatos e incluso tuvo picos similares durante su larga y férrea oposición al gobierno Santos, pese a sumar en el entretanto derrotas y triunfos políticos y electorales. Un fenómeno al que se le bautizó como “efecto teflón”.

Difícil arranque

En materia de encuestas, los seis meses de Duque se podrían dividir en tres etapas. Una primera relacionada con su llegada a la Casa de Nariño en medio de una gran expectativa respecto a cómo sería el país con un Presidente de apenas 40 años, con poca trayectoria en altos cargos y cuya principal bandera política y electoral fue darle un viraje radical al país, empezando por la rectificación del pacto firmado con las Farc (en especial el sistema de justicia transicional), recuperar el principio de autoridad del Estado, profundizar la lucha contra la corrupción y el narcotráfico, e implantar un nuevo modelo de relacionamiento entre el Ejecutivo y el Congreso basado en la “cero mermelada” .

ENS

En sus primeras semanas Duque no solo nombró un gabinete y equipo de gobierno que él mismo denominó “con alto perfil técnico”, sino que construyó una coalición parlamentaria con mayorías muy ajustadas en Senado y Cámara lo que, desde entonces, se sabía que le complicaría la gobernabilidad y el trámite de la agenda legislativa prioritaria. Mientras que desde la Casa de Nariño y el Centro Democrático se insistió en que la llegada de La U y los conservadores a las toldas oficiales no tenía por debajo de la mesa ningún tipo de acuerdo político y burocrático, en las filas de la oposición y de los sectores independientes se ripostó que el Gobierno seguía con la “mermelada”, no ofreciendo más puestos y presupuesto, sino evitando quitar los que venían desde el gobierno Santos a esas dos colectividades.

En materia de paz fue obvio en esos primeros tres meses que la línea gubernamental fue evitar a toda costa medidas que confirmaran las críticas de la oposición en torno a que la prioridad del Ejecutivo era “hacer trizas” lo pactado con las Farc. Lo que sí fue evidente es que, a diferencia de la anterior administración, la implementación del acuerdo dejó de ser la prioridad gubernamental, lo cual no gustó a la exguerrilla como tampoco a los sectores que defendieron el proceso durante ocho años. Es más, paradójicamente, la decisión más drástica en la materia no se tomó con respecto a las Farc, sino de cara a la negociación ‘heredada’ con el Eln, puesto que desde el mismo 7 de agosto Duque congeló la mesa por un lapso inicial de un mes (aunque así se quedó) mientras evaluaba la productividad de la misma.

Incluso, si bien el uribismo trató de meterle mano de nuevo a la Jurisdicción Especial de Paz (JEP), fue palpable que la Casa de Nariño no se jugó a fondo para apoyar dicha reforma en el Congreso, y por ello empezó a ser evidente que había una división de criterios y de énfasis entre el principal partido de gobierno y Duque. El primero apostaba por un ajuste radical al rumbo del país y el segundo por la conciliación antes que por una medición de fuerzas más polarizante con la oposición y los partidos de la franja independiente, como los liberales y Cambio Radical.

En lo que sí fue muy hábil Duque fue en abanderarse rápidamente del mandato político de la consulta popular anticorrupción, que casi llega a los 12 millones en votos a finales de agosto. De inmediato convocó a todos los partidos y se comprometió a convertir en leyes y actos legislativos sus siete preguntas.

Al final de esos tres meses, no pocos analistas indicaron que Duque no subía ni bajaba en forma sustancial en las encuestas porque el país todavía le estaba dando un margen de espera al nuevo gobierno e incluso no descifraba todavía el tono y el estilo del nuevo Mandatario, sobre todo en asuntos clave como el alto o bajo nivel de independencia frente a la figura preponderante de Uribe, que para entonces no solo trataba de mantener una distancia prudente con la Casa de Nariño, sino que tenía que dividir su tiempo entre el manejo de un partido que empezaba a mostrarse inquieto por la posición centrista de Duque y los procesos judiciales que se le empezaron a complicar en la Corte Suprema de Justicia, a tal punto que, incluso, fue llamado a indagatoria.

Si bien la oposición, a la sombra del nuevo Estatuto, logró conformar un bloque pequeño pero sólido en el Parlamento, lo cierto es que no le alcanzó para bloquear al Ejecutivo, aunque sí generó ruido con debates como el realizado al ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, por el viejo escándalo de los “bonos de agua”.

Segundo tercio

Ya en noviembre fue evidente que el país empezó a exigirle a Duque más y en ese marco la coyuntura no le ayudó, porque si bien ya tenía formado su equipo de gobierno, apenas pudo hacer aprobar en el Congreso un presupuesto deficitario para 2019 y era claro que la agenda legislativa se le empezaba a complicar, sobre todo el trámite de reformas prioritarias como la política y la judicial.

En medio de un escenario en el que se lanzaban ya las primeras alertas sobre la necesidad de “enderezar” el arranque de la gestión -parafraseando una frase del expresidente Uribe en una conversación informal-, el Gobierno tuvo su primer gran revés. Llevó al Congreso un proyecto de reforma tributaria que, aunque trató de matizar con el nombre de “Ley de Financiamiento”, produjo en cuestión de pocas semanas una reacción en cadena muy negativa en sectores políticos, económicos, sociales e institucionales. Una ‘rebelión’ que se extendió -en un síntoma grave- a su propia bancada, empezando por el mismo Uribe.

La controvertida propuesta de aplicar un IVA del 18% a casi todos los productos de la canasta familiar golpeó de inmediato la imagen de Duque y del gobierno, en especial de Carrasquilla, que desde el debate de los “bonos de agua” no tenía margen político para salir a defender ante el Congreso y la opinión pública el apretón tributario.

La negativa a esa reforma en las toldas oficialistas, independientes y de oposición obligó a Duque a echar reversa en el tema del IVA, pese a que dicha propuesta era la columna vertebral de una iniciativa que tenía como horizonte de recaudo inicial $14 billones pero que al final, tras duros recortes en el Parlamento, terminó siendo aprobada para no más de $8 billones a finales de diciembre.

Pero no fue el único revés. Se hundió el proyecto de reforma judicial por falta de consenso partidista y grandes peros de las altas Cortes. En tanto que a la reforma política se le empezaron a desmontar poco a poco varios de los artículos más drásticos que buscaban  asegurar una mayor transparencia electoral y democracia partidista. Asimismo, el paquete de proyectos anticorrupción empezó a naufragar y los promotores de la consulta, con los verdes al frente, advirtieron que el Ejecutivo y su coalición estaban haciéndoles ‘conejo’.

Vino, entonces, un alud de críticas contra la Casa de Nariño por su debilidad política, evidenciada principalmente en un gabinete sin margen de acción ni eco en el Congreso.

El cierre de año también estuvo cruzado por otros hechos complicados como el paro de los estudiantes de universidades públicas, que se alargó por varias semanas y obligó al aplazamiento del semestre en algunos casos.

Asimismo, pese a un plan de choque inicial para frenar los asesinatos de líderes sociales, la racha de muertes en todo el país continuó. De forma paralela se registraron hechos graves de inseguridad y desorden público, como el accionar de alias ‘Guacho’, cabecilla de las disidencias de las Farc en la frontera con Ecuador, y más atentados terroristas del Eln contra la Fuerza Pública, la infraestructura petrolera así como varios secuestros. Esto último aumentó la polémica en torno a si el Gobierno debería romper de una vez por todas el proceso de negociación en La Habana -congelado desde el 7 de agosto- o reactivar la Mesa en busca de allanar un nuevo cese al fuego bilateral.

La mezcla de todas estas circunstancias desembocó en un clima de incertidumbre nacional que se reflejó en la mayoría de las encuestas de fin de año, las cuales evidenciaron una caída estrepitosa de la imagen y favorabilidad presidencial, con porcentajes inferiores al 30%. Algunos analistas que compararon el arranque de los últimos gobiernos en Colombia, concluyeron que el de Duque era uno de los más bajos en los sondeos.

Todo lo anterior no solo llevó a que desde distintos sectores se empezara a dudar de la capacidad de maniobra del Gobierno, sino a que se pusieran sobre la mesa tempraneras alternativas para rectificar el rumbo, como recomponer el gabinete, ampliar la coalición oficialista sumando a liberales o Cambio Radical, e incluso la sugerencia de que Uribe –también golpeado en esas encuestas- tomara un rol más determinante e influyente en la marcha de la administración.

AFP

Efecto rebote

A finales de diciembre, mientras Duque insistía en que no iba a cambiar ministros y que el Gobierno estaba dando resultados, los mismos que se esmeraba en mostrar en cada oportunidad que tenía, comenzó a generarse un escenario más positivo para una recuperación en las encuestas.

De un lado, la Casa de Nariño logró un acuerdo, tras intensas negociaciones, con los estudiantes universitarios, lo que implicó el levantamiento del paro a cambio de mayores recursos para los claustros de educación superior públicos.

De forma paralela el Ejecutivo se la jugó en la Mesa de Concertación Salarial y finalmente sentó las bases para un incremento del sueldo básico este año del 6%, mayor al último decretado por Santos y casi dos puntos por encima de la inflación anual causada. Esta medida fue clave para neutralizar en parte la prevención de las mayorías nacionales por la polémica propuesta de más IVA a la canasta familiar, que aunque no fue aprobada en la reforma tributaria sí se convirtió en el ‘caballito de batalla’ de la oposición y críticas a Duque, más aun ad portas del inicio de un año electoral.

A la par de lo anterior, ya para entonces era evidente que a la ciudadanía le gustaba que Duque se abanderara de la estrategia internacional para sacar del poder al régimen dictatorial de Nicolás Maduro en Venezuela. No en vano el cuestionado mandatario chavista es el personaje público con mayor índice de desaprobación en Colombia y todo el país sabe que la crisis generada por su gobierno causó la ola migratoria de más de 3 millones de venezolanos.

Lo cierto es que comenzando este año ya algunos analistas empezaron a prever que la imagen presidencial y gestión gubernamental experimentarían un efecto rebote ¿La razón? En primer lugar, Duque por fin parecía tener definida las bases y su modelo de mando. De igual manera el lanzamiento de su estrategia antidroga para enfrentar el auge de los narcocultivos, estuvo antecedido del buen resultado del decreto dictado en octubre para prohibir el porte y cultivo de narcóticos en espacios públicos.

En este sentido, la Fuerza Pública empezó a dar mayor muestra de eficiencia con golpes certeros como el abatimiento de alias ‘Guacho” –el 22 de diciembre- y, más recientemente, de alias ‘Rodrigo Cadete’, otro líder de las disidencias de las Farc, abatido en un bombardeo por el Ejército.

De otro lado, hacia mediados de enero se produjo el atentado terrorista del Eln contra la Escuela de Cadetes de la Policía, en Bogotá. El alto saldo fatal de dicho ataque, el hecho de que se hubiera cometido en pleno corazón de la capital del país y la rápida investigación de la Fiscalía que permitió identificar al autor material y sus nexos con ese grupo subversivo, crearon un escenario circunstancial en donde la decisión de Duque de romper definitivamente el proceso de negociación en La Habana y exigir la captura en la isla de los delegados guerrilleros, tuvo un gran respaldo a nivel nacional e internacional.

Para no pocos analistas la reacción radical y enfática del Gobierno le demostró al país que tiene suficiente carácter para enfrentar este tipo de crisis y no le tembló la mano para actuar en consecuencia. Además, el evidente nexo entre los ‘elenos’ y el régimen de Maduro se convirtió en un ingrediente más para respaldar la decisión del Mandatario no solo contra el grupo subversivo (incluso en el riesgo de desconocer los protocolos firmados en caso de ruptura del proceso), sino también en redoblar la cruzada internacional para tumbar la dictadura venezolana. En ese marco circunstancial, haber respaldado rápidamente al presidente interino Juan Guaidó y redoblar las medidas contra el debilitado régimen chavismo, han tenido muy buen recibo a nivel interno.

Todo lo anterior, unido a la reciente formulación del Plan Nacional de Desarrollo (PND) así como a la presentación de la nueva estrategia de defensa y seguridad, parece haberle transmitido al país que el Gobierno ya se asentó en el poder, dejó atrás la accidentada transición frente a Santos y está listo para acelerar el paso en todas sus políticas y programas. Los propios jefes partidistas no dudan en señalar que ahora se ve a un Presidente con las riendas más firmes para conducir la marcha del país, se esté o no de acuerdo con el rumbo que quiere imponer.

Es esa demostración de liderazgo y credibilidad -en un país en el que no se reduce la polarización- la que está revirtiendo esa sensación de finales del año pasado en torno a que la gestión del Jefe de Estado hacía agua por varios flancos, parecía no tener norte claro y necesitaba corregir urgentemente el paso.

Esta semana, precisamente, se conocieron tres encuestas y en todas ellas la imagen y favorabilidad del Mandatario se recupera de forma sustancial. Aunque todavía no vuelve a los porcentajes que tenía seis meses atrás, es indudable que parece haber superado el bache de noviembre y diciembre del año pasado.

¿Qué viene? No hay nada más voluble que las encuestas y la percepción de la opinión pública. Por ello es muy difícil prever si esta tendencia de recuperación se mantendrá a corto y medianos plazos. Hoy está en un punto alto pero es riesgoso prever si seguirá en esa tónica. Arrancamos un año electoral, con amplios desafíos en el Congreso, no pocos retos en materia de orden público, lucha antidroga y política anticorrupción, así como un panorama económico cauteloso y la incógnita sobre la resolución de la crisis venezolana… Muchos frentes clave en los que Duque deberá jugarse día a día, y los sondeos dirán qué tanto los colombianos lo respaldan.