Festival de Música Clásica en Bogotá: saldo a favor | El Nuevo Siglo
Foto cortesía Teatro Mayor
Lunes, 22 de Abril de 2019
Emilio Sanmiguel

Concluyó con Saldo a favor el Festival de Música clásica de Bogotá, Schubert, Schumann y Brahms, los grandes del romanticismo alemán.

Porque los conciertos  -hablo de los vistos- tuvieron calidad, se desarrollaron con el aforo casi a tope y con el público, mayoritariamente joven. La escogencia del repertorio hizo justicia del legado de los compositores y su trascendencia.

Así pues, el aplauso para Ramiro Osorio en la clausura fue más que merecido. Su iniciativa de un festival bianual de música clásica en los años impares -los pares son del Iberoamericano de teatro- arraigó y flota en el aire que no es asunto de élites sino un evento cultural importante.

Mucho quedó fuera del tintero en estas reseñas: los Cuartetos de Rosamunda  y La muerte y la doncella, los Tríos, la Misa D. 950, las Sinfonías Inconclusa  y Grande  de Schubert; Dichterliebe y Lidederkreis, el Quinteto con piano op. 44, el Cuarteto n°1 o Frauenliebe und Leben de Schumann y de Brahms el Doble Concierto, Cuartetos, Sextetos, Tríos, las Sinfonías 1 y 3.

Aquí  tres de los eventos de la etapa final.

Filarmónica de Konstanz – Ari Rasilainen, dir. – Stephen Hough, piano

Uno de los conciertos más esperados, porque Stephen Hough es uno de los grandes pianistas hoy. No era para menos porque suyos fueron los conciertos de Brahms para piano: más que conciertos son monumentos.

En el Mayor la Orquesta Filarmónica de Konstanz dirigida por el finlandés Ari Rasilainen para el N°1 en Re menor, op. 15 y Hough como solista. La de Konstanz no es de la estatura de la Gewandhaus de Leipzig, Staatskapelle de Dresde o la Filarmónica de Berlín, tampoco de la de la Radio Bávara, Colonia o Frankfurt, pero, es una buena orquesta.

Como es una buena orquesta y Rasilainen buen director, el resultado fue positivo, pero para qué mentir, hubo una brecha entre el solista y ella porque hubo más solista que orquesta. El punto es que el sonido careció de esa robustez y densidad que sí tuvo el británico. Sí hubo algo para no dejar dejar pasar inadvertido, la categoría del timbalista Paul Strässe, su sonido nítido y contundente en el Maestoso inicial y su control entre el forte y Mezzoforte, contribuyó, y mucho, para crear el clima dramático del primer movimiento.

Enorme aplauso al final, Hough lo correspondió regalando una delicada interpretación de Träumerai  de las Kindersenen op. 15 de Schumann.

El desempeño de director y orquesta fue muy superior en la segunda parte del programa, la Sinfonía n°3 en Mi bemol mayor, op. 97 de Schumann., Hubo momentos de verdad logrados, intensos y de categoría.

Filarmónica de Bogotá – Zoe Zeniodi, dir. – Stephen Hough, piano

La Filarmónica de Bogotá lleva sobre sus espaldas cincuenta años de una historia que no ha sido fácil. La orquesta tiene espuela y tablas que le permiten faenas como la del sábado en el Concierto n°2 en Si bemol mayor, op. 83 de Brahms con Hough al piano.

En 50 años los Filarmónicos han experimentado con directores, buenos, muy buenos, regulares, malos, y como otras orquestas, actúan según las circunstancias: con Gustavo Dudamel o Dimitar Manolov tocaban con un ojo en la partitura y otro en el podio; pero, cuando el director ni les infunde autoridad o los inspira, recurren a su experiencia, lo ignoran o hacen la del sábado con Zoe Zeniodi: se conectaron directamente con el solista, que como ellos, también se las sabe todas.

Zeniodi no tuvo otra opción que establecer su relación con el público en una coreografía, no siempre relacionada con la música, pero, es que no tuvo alternativa: ¡los músicos ni la miraban!

Todo un riesgo. Una peligrosa alternativa, pero el Concierto salió al otro lado. Salió bien librada la Filarmónica y mejor el solista, porque Hough brilló con la luz de los grandes pianistas, fueron un deleite esos pasajes del Allegro appassionato, donde con el juego de los pedales extrajo del Steinway del teatro un sonido velado y brumoso que llegaba directamente del norte de Alemania, o los momentos telúricos, de carácter orquestal de los movimientos extremos, o el lirismo del Andante en ese diálogo profundo que estableció con Camilo Benavides, primer violoncello filarmónico.

La tónica fue idéntica en la obra que abrió programa, la Sinfonía n°4 en Re menor, op. 120 de Schumann: Zeniodi ignorada y la orquesta encargada, exclusivamente, del resultado musical. Porque de haber estado en el podio un músico de esos que la orquesta admira, acata y respeta, vaya uno a saber a hasta donde habría escalado la música.

Orquesta del Festival de Dresde – Johannes Klumpp, dir.

Coro de la Ópera y Filarmónico Juvenil – Elena Copons y José Antonio López, solistas

Exactamente así debía cerrar el Festival: con una gran obra, con el aplauso para Osorio y a su equipo y con el lleno hasta la bandera: estaba hasta el alcalde y la plana mayor de la burocracia cultural distrital.

Atinada la elección, una de las obras capitales del romanticismo, Ein Deutsches Requiem op. 45 de Brahms, bajo la dirección de Johannes Klumpp, con la Orquesta del Festival de Dresde, Coro de la Ópera y Filarmónico Juvenil y solistas españoles, Elena Copons y José Antonio López. Para no darle muchas vueltas al asunto, una buena interpretación la de Klumpp, que efectivamente pudo construir el clima de intimidad espiritual que prevalece en la partitura. De los solistas sobresalió el desempeño del barítono López, su voz trasmitió bien la profundidad de los textos; la de la soprano Copons fue de otro nivel, menos segura, parecía más preocupada de las notas que de frasear con ellas.

Bien los coros, limpio el sonido en general, a pesar de un momento de caos, bien por falta de preparación, por falta de ensayo o por lo que fuera, pero la Fuga de la tercera sección, Der Gerechen Seelen empañó su desempeño.

En todo caso fue un logrado final de cuatro días de romanticismo alemán.

Festival 2019

A dos años del próximo, anunció Ramiro Osorio que el 2019 será para los barrocos, con énfasis en Bach. A dos años es tiempo de reflexionar, porque si Beethoven y Mozart ya ameritaron, cada uno su Festival, Bach no es un compositor más, es el más grande de todos, es la cumbre máxima de la música occidental y, por suerte, su legado es inmenso: lo que proponen, con la venia del autor de la idea, no es un homenaje, es un disparate con Bach.