Vivir en el desierto | El Nuevo Siglo
Domingo, 12 de Abril de 2020

“Nos preocupa que la vida termine. Es hora de fe”

Es imposible no estar sacando una cantidad enorme de lecciones positivas en esta situación, llamada de crisis, en que estamos viviendo. Los autores espirituales suelen usar con frecuencia la palabra ‘desierto’ para ilustrar estos tramos duros de la vida. La Biblia tiene en el desierto una de sus mejores figuras retóricas para referirse a los sinsabores de la vida. Hace referencia, por una parte, a la fuerte capacidad de los seres humanos para sobrevivir, pero no solo eso, sino para vivir en medio de condiciones extremas. A tal punto que siempre han existido pueblos para los cuales la realidad desértica es su mejor atmósfera vital. Y grandes místicos han preferido establecerse allí para encontrarse con el Dios que los llamó a la vida. En verdad, es posible existir y de manera suficiente, cuando aparentemente se carece de muchas cosas que creíamos necesarias.

Lo más interesante de la figura del desierto como ámbito vital es que nos lleva a pensar en lo esencial, en lo que definitivamente se requiere para conservar la vida y, al mismo tiempo, lo que no es sino carga pesada e inútil. ¡Y cómo nos ha cargado la vida moderna de chécheres en todo sentido! ¡Qué cantidad de tonterías han copado nuestro morral de viaje! Ahora, por fuerza mayor, se ha hecho necesario desocuparlo y dejar en él lo estrictamente indispensable para seguir caminando con serenidad.

Por ejemplo, poner en esa mochila el propio yo, porque usualmente está alienado, haciendo papelones, distraído. Hora de sacarle brillo. Añadirle la capacidad de mirarse a sí mismo, la de mirar a los ojos a quienes queremos y la infaltable mirada hacia lo alto, donde habita quien guio a su pueblo por el desierto durante cuarenta años hasta la tierra prometida. Con uno mismo, con los demás y con Dios, se puede llegar en buena forma a la tierra prometida. No es hora de caminar con nada ni nadie más a bordo: solo Él, ellos y yo. Suficiente.

El desierto, sin embargo, presenta tentaciones. Devolverse a mitad de camino, andar demasiado rápido y desgastarse así antes de tiempo; beberse toda el agua en los primeros pasos, sin dejar para el largo camino. Es escenario ideal para desesperar y caminar en círculo, olvidando que mirando al cielo hay estrellas que nos pueden guiar. También puede existir la tentación de creerse más fuerte que las condiciones del pasaje desértico. Grave error. No hay que desconocer los peligros y más bien se impone el identificarlos para no caer en arenas movedizas, para no ser arrastrados por las tormentas de arena, para no deshacerse bajo el sol canicular. Aunque parezca increíble, con todo eso se puede lidiar, si hay inteligencia, fe y humildad para no retar las fuerzas de la naturaleza más allá de nuestras propias posibilidades.

Lo que hoy celebramos entre los cristianos, la resurrección de Cristo, es exactamente el mejor ejemplo de cómo sí es posible atravesar el desierto -especialmente el de la ingratitud humana- y conquistar nuevas tierras y mejores horizontes. Este caminante del desierto, el nazareno, se sabía acompañado por el Espíritu que lo fortaleció en el desierto de las tentaciones y lo confortó en el de la injusticia y la violencia. No dudemos, pues, en seguir las huellas de quien ha atravesado el más árido de todos los desiertos y ahora vive para siempre. ¿Acaso lo que ahora nos preocupa no es exactamente el que la vida pueda terminar? Hora de la fe.