El imperio español, en vilo | El Nuevo Siglo
Foto cortesía
Domingo, 26 de Mayo de 2019
Alberto Abello

El Imperio Español, a consecuencia de la invasión a la Península Ibérica por Napoleón, febrero de 1808, queda literalmente en vilo. Lo sorprendente es que Hispanoamérica se mantuviese fiel a la corona, en relativa calma y expectativa, lo que apenas se explica por cuanto la mayoría de la población marcha a favor del rey y el orden. 

La prisión de los monarcas Borbones y la imposición en razón de las bayonetas de Pepe Bonaparte como nuevo rey descalabran el Imperio donde no se ponía el sol. Las fortalezas principales de la península son tomadas por los franceses por asalto. Madrid sucumbe pese al heroísmo popular. Como durante la famosa batalla de Trafalgar, los ingleses y sus aliados destruyen la armada francesa, en 1805. Napoleón, pese a la toma territorial de España, no consigue enviar fuerzas a Hispanoamérica por mar, donde la Armada de Inglaterra se mueve a sus anchas y reducido a la lucha continental se impulsa a invadir Rusia, grave error con el que buscaba el predominio en Europa.

Marcelino Menéndez y Pelayo, en la erudita historia de los Heterodoxos Españoles, es nuestra fuente principal en cuanto se ocupa de escrutar la parábola de las Cortes de Cádiz, qué, dicho sea de paso, no es una simple copia de las convenciones revolucionarias a la francesa, sino que se afinca en la tradición misma de la España profunda. Su suspicaz y rico análisis muestra cómo se discute con empeño sobre temas religiosos como el Santo Oficio, la Inquisición, la libertad de imprenta y cómo se avanza al sistema constitucional y las burlas contra la tradición y la religión en las nuevas publicaciones que alborotan la opinión pública.

Con la profundidad que lo caracteriza, Don Marcelino hace el perfil de las Cortes de Cádiz: “en 1812 nada había más impopular en España que las tendencias y opiniones liberales, amarradas casi en los muros de Cádiz y limitadas a las Cortes, a sus empleados, a sus periodistas y oradores de café y a una parte de los jefes militares. Como a pesar de eso lograban mayoría los reformadores, no lo preguntará ciertamente quién conozca el mecanismo del sistema parlamentario; pues sabido es, y muy cándido será quien lo niegue, que mil veces se ha visto en el mundo ir por un lado la voluntad nacional y por otro la de sus procuradores”.

Visiones sesgadas

Junto con la conocida obra clásica en tres densos volúmenes sobre La Historia del Levantamiento, Guerra y Revolución de España, del conde de Toreno, con mil grabados e ilustraciones alusivas, que Don Marcelino califica de versión histórica liberal. Además, de las observaciones sesgadas de Carlos Marx y otros autores.

Don Marcelino condena que en las Cortes de Cádiz se levanten voces ibéricas a favor de la independencia de América, lo que muestra cómo se abre paso el espíritu de libertad frente a la ocupación. En Hispanoamérica se convoca a los cabildos en defensa del Rey de España, que, también, se dividen a la larga entre partidarios de los Borbones e independentistas.  Marx penetra en el corazón del sentido histórico ibérico, cuando recuerda que: “Las insurrecciones son tan viejas en España como el gobierno de los favoritos”. Así que a pesar de que el levantamiento del pueblo español consigue expulsar de la Península a los ejércitos de Napoleón y defenestrar a los nobles que apoyaron al usurpador francés, cuando se producen los diversos levantamientos en Hispanoamérica por la independencia, una gran parte del pueblo de la Península está por la autodeterminación en nuestra región y otra pretende seguir con el predominio imperial.

Más trecientos años de historia no pasan en vano, los caudillos americanos luchan por el poder local y no darán tregua hasta conseguir la victoria o morir, en cambio las tropas de la Península, valerosas, disciplinadas y audaces, en algunos casos, se siente afines a los insurrectos que cumplen en nuestra región el mismo papel de luchar por la libertad que ellos desempeñaron en España. Así que lo que mantiene el Imperio agonizante en América no serán las tropas enviadas por Madrid, por más que hayan luchado contra Napoleón, sino la firmeza del pueblo y el clero a favor de la supervivencia del Imperio Español en América. Esa dicotomía se resolverá en la batalla crucial de Ayacucho.

“La raza cósmica”

Lo que aun llama la atención de investigadores y cronistas es que pese a que el pueblo español arrastra por las calles a los traidores a su rey legítimo y arremete contra la nobleza local que se vendió a Napoleón, no por eso deriva en revolucionario, así el título de la obra de Toreno, invite pensar lo contrario. Los decrépitos reyes Carlos IV y Fernando VII, manipulados por Godoy y la reina, son los héroes de la poblada española a los que van a restituir en el trono con la ayuda de la Santa Alianza. Si bien, el advenedizo Godoy, que había ganado fortuna en sus aventuras de alcoba con una consorte real de palidez enfermiza y pasión desbordada, termine en el exilio francés. Lo innegable es que sus vasallos le son fieles, como a Fernando VII, pintado con abotagada y lasciva cara de iluminado y medio visco, en la caricatura histórica de Goya, más elocuente que cualesquiera testimonios de eruditos cronistas.

Es de recordar que así como en los inicios de la llegada de los exploradores y aventureros españoles al Nuevo Mundo les bastó a un puñado de valientes mejor armados y disciplinados para tomarse  extensas regiones y someter a millares  de aborígenes, está vez no es contra los indígenas mal armados y desorganizados que se va combatir, sino contra ejércitos dirigidos por descendientes de conquistadores como Bolívar, Sucre, Urdaneta, Nariño, Mariño, Mosquera y tantos otros, que son tan aguerridos o más que sus antepasados europeos. No es de sorprender que en algunas regiones los indígenas no participen en la lucha o que, a la inversa, se sumen al ejército realista, como ocurre en el Perú. Esa constelación de valientes y talentosos soldados que comandan Bolívar y Sucre, en la lucha por la libertad, es la que determina a José Vasconcelos a vislumbrar lo que él llama la raza cósmica, una raza superior de hombres, pesadores y guerreros, nativos de la América tropical.