La fuerza moral del Libertador | El Nuevo Siglo
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Domingo, 30 de Junio de 2019
Alberto Abello

SORPRENDE a los historiadores y los investigadores sobre el Libertador Simón Bolívar, la coherencia de su pensamiento en medio del infierno de la guerra, las vicisitudes de la guerra y los momentos de gloria como gobernante.  

Desde el famoso Manifiesto de Cartagena de Indias, de diciembre 13 de 1821, hasta el final de sus días prosigue la lucha intelectual por dotar de instituciones estables a Colombia y fortalecer el Estado. Lo mismo se repite a lo largo de su carrera militar, en cuanto a la estrategia a seguir, que varía según las exigencias de las circunstancias, más siempre con sorpresas e innovaciones que recuerdan las jugadas de los grandes campeones de ajedrez. Lo mismo se repite cundo triunfa o cuando la suerte le es adversa.

En estos episodios que hemos seleccionado no se trata de hacer un ditirambo sobre la gesta que libra, ni de ocultar las derrotas, ni los desaciertos, eso no tendría sentido.  Hasta el sastre bogotano Caballero, en su valioso diario, consigna su disgusto con Bolívar por la toma a sangre y fuego de Santa Fe de Bogotá, lo mismo que los excesos de sus tropas. Estos incidentes se dan en plena patria boba, en la que Bolívar intenta cumplir su misión sin que las gentes lo entiendan del todo.

En su diario, el sastre realista bogotano deja constancia de su regocijo por las desventuras que persiguen al héroe en Cartagena. Diciembre 21. “El general Bolívar salió a recibir al Congreso, que viene a instalarse aquí; salió con 130 hombres de caballería, bien uniformados (con todo lo que habían robado sus tropas a esta infeliz ciudad)”. Diciembre 23.  “Se fue el general Bolívar para Cartagena, enviado contra Santa Marta… Por su causa se perdió después Monpós, Cartagena y todo el Reino. Esto sucedió por un hombre mal considerado, y así perdió a toda Venezuela su patria”.

Conceptos equivocados

Eso escribe un sastre que no gusta de la política y que consigan la aversión que siente por el intruso en su diario, a su vez, los realistas que se van al exilio no dejan de denostar contra Bolívar y hasta no faltan los que denigran de su memoria, por nostalgia del antiguo régimen. Lo mismo que los federalistas de algunas regiones no perdonan su mesiánico objetivo de centralizar el poder y unir a Venezuela y Colombia en una unidad política.

Sobre esos tiempos de indecisión y vacilaciones de los políticos de la Nueva Granada, resalta el testimonio del cartagenero Fernández Madrid, notable personaje y buen amigo de Bolívar, citado por Fernando González, en su conocido estudio sobre Santander. “El Congreso considerando que las medidas de conciliación eran preferibles a las de vigor, me envió al Libertador con el propósito de impedirle la ejecución de los españoles, ligados con las principales familias del país. Apenas habíale indicado los deseos del Congreso, cuando me respondió; Dígale usted, que será obedecido, pero que un día u otro tendrá que arrepentirse. Es imposible que un país así deje de ser pronto ocupado por los españoles; pero no importa, ya volveré”. Y así ocurrió.

Al mismo tiempo en dicho diario el sastre anota los esfuerzos del clero por contribuir a la defensa de la ciudad e intentar contener en vano las fuerzas que comanda Bolívar, los sacerdotes que más se destacaron en la defensa de la capital fueron los de San Diego y San Francisco, seguido por el fiel populacho y los que tenían algo que perder. Por la ciudad habían regado el cuento que Bolívar fusilaba a los curas que encontraba en su camino, algo absolutamente falso, incluso se le acusaba de asaltar las iglesias. El tiempo se encargaría de mostrar a los santafereños de su equivocación y las bajas pasiones con las que se combatía al gran hombre.

En la mayoría de los casos esas voces disonantes por sus triunfos militares y políticos se someten a su voluntad. En otros, el antiguo rencor aflora cuando perciben alguna debilidad o descuido del caudillo, que siendo gobernante en ocasiones salía sin escolta por la ciudad, pese a los esfuerzos de Manuelita por evitar que le asesinaran. Lo cierto es que la mayoría del pueblo llega a idolatrarle, sin que falten aquellos que perdieron un familiar o quedaron huérfanos y viudas, que se lamentan que Bolívar pusiera fin a la patria boba, en la que la guerra era más verbal que militar y casi no se presentaban bajas ni en los encuentros militares entre soldados inexpertos.

Del odio a la idolatría

Más los hechos son tozudos, el tiempo le da la razón a Bolívar, lo mismo en Cúcuta donde se le oponen Santander y Castillos y Rada, lo mismo que en Cartagena, cuando debe renunciar al mando militar y salir al exilio. Lo que ya había pasado en Caracas y en el resto de Venezuela, cuando derrotado en apariencia, así fuese huyendo a caballo por los llanos o las montañas, muchos lo daban por perdido y que nunca se recuperaría. No conocían esos su espíritu superior, por tratarse de almas pequeñas que juzgan por su propio rasero a los demás. En Bolívar anidaba en su corazón un sentido de la grandeza que lo distinguía de sus contemporáneos y le permitía renacer una y otra vez de las derrotas, que fueron muchas.

El Libertador, siendo de una fortaleza física superior, tenía una voluntad que le permitía superar las peores fatigas, sufrir con sus soldados las mismas privaciones y fatigas sin una queja.  Al tiempo que sobre la marcha, en el continuo vivac de la guerra, hasta altas horas de la noche solía leer y meditar sobre el destino de los pueblos de Hispanoamérica, que le preocupaba se dejasen llevar por la inmadurez y la ignorancia, en certámenes electorales en los cuales suponía que los políticos y caciques los engañarían, como sucede no pocas veces hasta nuestros días. Sentía una cierta repugnancia por las asambleas, que suelen tener en medio de sus diferencias políticas un estado de ánimo general, que puede ser perverso en ocasiones. Por lo que las instalaba y se retiraba del recinto, incluso dejó de asistir en algunos casos, como ocurrió con la Convención de Ocaña, cuando quizá con su presencia habría contenido el derrumbe.