Los diez cuadros que hay que ver antes de morir | El Nuevo Siglo
Una de las obras más destacadas del Luminismo Valenciano de principios del siglo XX pertenece a la última etapa de Joaquín Sorolla. / Foto Wikimedia Commons
Lunes, 18 de Marzo de 2024
Redacción Cultura

Hablar de los cuadros que hay que ver antes de morir sumerge al espectador en aquella bonita época en la que se viajaba para ver museos. Aunque ahora se muevan más por ese nuevo restaurante, la apertura hotelera del momento y el mercado callejero de allá, el pasaporte de una vida no puede caducar sin tener los sellos de ciertas galerías y, sobre todo, de esta selección de 38 cuadros. Habrá quienes tengan otros favoritos, pero esta selección cuenta, por lo menos, con algunos de los más especiales, los que merecen un viaje, una entrada y hasta una audioguía.

“La vocación de San Mateo”, Caravaggio

El momento en el que Jesucristo encuentra a Mateo en el despacho de impuestos y lo llama al apostolado es el tema principal de este óleo sobre lienzo que pintó el controvertido pintor lombardo. Pertenece al ciclo "La vida de San Mateo", un conjunto de tres frescos que pueden disfrutarse mañana día en la capilla Contarelli de la iglesia romana de San Luigi dei Francesi. La ausencia de idealización, la representación realista de una temática religiosa y la expresividad de los rostros la convirtieron en una obra muy relevante e influyente.

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“La Capilla Sixtina”, Miguel Ángel

“Si te pregunto algo sobre arte me responderás con datos sobre todos los libros que se han escrito, Miguel Ángel, lo sabes todo, vida y obra, aspiraciones políticas, su amistad con el Papa, su orientación sexual, lo que haga falta... Pero tú no puedes decirme cómo huele la Capilla Sixtina, nunca has estado allí y has contemplado ese hermoso techo. No lo has visto…”.

Este brillante discurso, pronunciado por un magnífico Robin Williams ante un jovencísimo Matt Damon en la película "El indomable Will Hunting", recuerda que por muchas veces que la se haya visto en un libro, en Internet o en televisión, no hay sensación comparable a la de entrar a esta estancia del Palacio Apostólico de la Ciudad del Vaticano.

“La noche estrellada”, Vincent Van Gogh

Cada obra de Van Gogh es un ícono, un reclamo, una 'celebrity' dentro del mundo del arte. Pero "La noche estrellada" tiene un magnetismo inexplicable, culpa de la fascinación que su autor genera en cualquier ser humano y de lo inteligible que es. Se llega a su sala en el MoMA, se observa, se parpadea, se vuelve a observar y se comprende. No hay nada más que una fascinación por la noche y un trazo atormentado. Así de elemental y mágico.

“Baile en el Moulin de la Galette”, Pierre-Auguste Renoir

Acostumbrados a ver un Impresionismo centrado en la naturaleza, Renoir convenció a todos con sus escenas cotidianas como este baile cualquiera en el París más vulgar. Es cierto que el museo D’Orsay puede llegar a empachar con tanto cuadro delicado, pero aquí la candidez, la alegría y la rutina merecen una parada para abrazar su armonía de colores, formas y luces y sentirse un poco mejor, más feliz.

“Las meninas”, Diego Velázquez

El hecho de que esta obra haya influenciado tanto en pintores posteriores es solo una muestra de su importancia y atractivo. Porque, por encima de todo, Las Meninas es un cuadro que tiene que ser descubierto poco a poco para acabar reverenciándolo con una sonrisa en la boca en su gran sala del Museo del Prado. Como una buena foto de una gran farra, está llena de anécdotas, de juegos visuales, de planos y reflejos. Y, sobre todo, aporta frescura y espontaneidad dentro de un género, el retrato real, plagado de posados rimbombantes.

“El nacimiento de Venus”, Botticelli

Uno de los cuadros que hay que ver antes de morir es esta aproximación al desnudo femenino que hizo en su día Botticelli. Gustó, gusta y gustará por la cantidad de información que alberga, por ser un paso más en la evolución de la pintura a finales del Quattrocento y por las veces que se ha imitado su composición y sus gestitos. Encontrárselo de frente en la Galería de los Uffizi tiene un puntito fan, un “cuánto tiempo sin vernos, no has cambiado nada” muy suculento.

“Los fusilamientos del 3 de mayo”, Francisco Goya

Los fusilamientos del 3 de mayo son los hechos que Goya retrata con el mayor dramatismo posible en el lienzo. Todo indica que este lienzo, al igual que su par, responde a un encargo de la regencia liberal de Luis María de Borbón y Vallabriga, que se preparaba para recibir al rey Fernando VII. La intención de Goya era plasmar la lucha del pueblo español contra la dominación francesa en el marco del levantamiento del dos de mayo, al comienzo de la guerra de Independencia española.

“La Gioconda”, Leonardo da Vinci

Hay que verla para increparla, para pensar que está sobrevalorada, para odiar la maraña de fotógrafos de pacotilla que buscan su instantánea de gloria, para caer en que es un hombre, para imitar su sonrisa y para concluir que Leonardo da Vinci tiene obras muchísimo mejores, pero a ésta le sentó mejor el mercadeo.

“El Guernica”, Pablo Picasso

¿Puede un bombardeo ser el motivo de una obra de arte? ¿Acaso el objetivo del arte no es alcanzar la belleza? O… ¿hay belleza en el espanto? Y así cientos, miles de preguntas que sugiere este gigantesco óleo sobre lienzo de Picasso. Pasar por Madrid y obviar esta obra de arte es un delito. Sobre todo, porque pocos cuadros están mejor expuestos, más contextualizados y explicados que éste en el Reina Sofía. Y quizás, solo quizás, porque a veces conviene recordar esa flor escondida entre tanto llanto.

“Paseo a orillas del mar”, Joaquín Sorolla

Una de las obras más destacadas del Luminismo Valenciano de principios del siglo XX pertenece a la última etapa de Joaquín Sorolla como artista. Aunque en Paseo a orillas del mar, el pintor valenciano representa a su mujer, Clotilde, y a su hija mayor, María Clotilde, paseando por la playa de Valencia, lo más importante de la composición es la luz mediterránea captada en “ese preciso instante”. El cuadro está expuesto de manera permanente en el Museo Sorolla.

“La ronda de noche”, Rembrandt

Aunque la obra del año 1642 perdió parte de su sección del extremo izquierdo cuando se la trasladó a lo que entonces era el Ayuntamiento de Ámsterdam en 1715, sin lugar a dudas está grabada en la memoria colectiva por atesorar una de las composiciones más dinámicas que jamás haya pintado Rembrandt. Y el Rijksmuseum se encarga de rendirle homenaje a ello cada día.